Partimos con ilusiones, algo cansados tras un año algo duro para los dos y sin demasiada información, más allá de un libro de escaladas clásicas de las que no se si nos atreveremos a meternos, otro de marchas, ascensiones y ferratas de la zona y algunas fotocopias de más terreno vertical.
Objetivos? No demasiados, no claros, principalmente ver y sentir. Y para mi, el reto de volver a Eslovenia, país que recorrí en bici hace algo más de dos años y que me dejó el recuerdo de unas altivas e imponentes montañas. Subir el Triglav sería un buen regalo, pensaba.
Salimos algo más tarde de lo deseado. Esas prisas de última hora, eso nervios atenazados por lo que está por llegar, y que se van liberando poco a poco, con el transcurrir del destino del viaje.
Horas y horas de coche, de música sonando en el nuevo mp3. Sonidos de uno y de otra. Los compartirmos, charlamos, reimos, todavía sin soñar demasiado.
El destino nos lleva cerca de Viladrau (lástima que no estuvieses en casa, Pekas!!), donde pasamos la primera noche. Por la mañana, más camino, y como siempre que coge Nadia el volante, que si un atasco, que si un control, que si un accidente... ¿ por qué será que te las comes todas, payita??
En la frontera, éxodo masivo de europeos que vuelven de España, barato destino turístico para ellos. Con el retraso, sólo somos capaces de llegar al lago di Garda, donde pasamos otra noche. Todavía las montañas se esconden de nosotros. Hemos pasado cerca de lugares donde huele a dinero... Niza, Montecarlo... pero los alrededores son tan horriblemente feos como cualquier carreterón que penetra una y otra vez en la montaña, que lo engulle escondiendo sus vergüenzas. Como mucho, algunas vistas marítimas, con el sol, las nubes, el azul, los barcos...
El lago di Garda es tan grande que uno pierde de vista sus dimensiones y hace pequeñas olas en la orilla... está masificado, pero qué le vamos a hacer. Dormir y salir por patas!!
Con todo, por si tuviesemos poco, el domingo por la mañana nos perdemos por la zona, y nos cuesta horrores entrar en la autopista de nuevo. Pueblos, ciudades, nombres, risas, caricias, y un poco de alegría creciente se van colando en nuestras vidas. Empezamos a hablar en italiano, a repetir todo entonando.. preeeegoooo... capicciiii, o no capicciii... :-) y poco a poco vamos teniendo más y más ganas de llegar.
Venecia? No se. Había un festival? una mostra? no se. Las afueras son tan insulsas como cualquier barrio periférico más. Pero... por fin abandonamos el mar y vamos hacia las montañas!!
Mirando, viendo, tocando con los dedos, tras muchas horas de viaje, nuestro destino, por fin llegamos a él. Cortina d'Ampezzo será nuestra primera italiana morada. Y qué nos encontramos? Cochazos, lujo, pijerío... montañeros? casi ni uno. Montañas? montones. Nadia se viene un poco abajo, no termina de entender qué es esto. Otros lugares míticos ya visitados, Chamonix, Zermatt sobre todo... emanan lujo por todos sus poros, pero la montaña, los locos de las alturas, los piolets, el olor a sudor... se mezclan, dejando un aroma respirable por todos. Cortina no. Algo decepcionados, propongo subir al refugio Auronzo, donde sin duda tendremos una vista incomparable de las tres cimas de Lavaredo por su cara sur. Por fin montañas nos rodean, la visión del lago de Misurina nos hace respirar. Subimos, allá vamos Tre Cime... ¿qué? ¿zona azul en las montañas? ¿qué? ¿una barrera? ¿que pague qué? ¿20 Euros por pasar? Pero... ¿va a ser así en todos lados? ¡¡¡Qué es estoooo!!! Vale... bajemos, miremos una excursión para mañana y no pensemos más por hoy.
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