El crestamarcador del año, por motivos conocidos, seguía a cero. Un nuevo intento, un nuevo proyecto, estaba en mente. Subir al Russell por la Sureste, con Gabi y en bici hasta Vallibierna. Ni lo uno ni lo otro ni lo de más allá.
Acabamos decantándonos por la Vall de Boí, por aquello de que cuando más al este mejor tiempo. Y gracias a Pedro, fichaje de última hora (y qué fichaje!!), que yo ya me planteaba abortar la operación.
Casi sin quererlo, ya me habían vuelto a embarcar. Montse y Raúl junto con una nueva compañera de travesuras, Silvia, me animaban a algo que no venía buscando. Deseaba disfrutar con tranquilidad la montaña, saborearla. Pero no. A las agujas de Travessany!! Yo ya advertía que no sería ese "paseo con un paso de IV" que
Raúl proponía, ni que estaríamos a las 15 horas en la cima del pico de Travessany. Pero no!! A embolarse... y digo yo... ¿no será qu
e en el fondo "me pone"?. No lo se. Sólo se que disfruté como un enano.
Noche corta, luces de frontal, mochila llena de hierros y para arriba. Las sensaciones matinales no son buenas, no quiero salir del saco!! Quiero disfrutar las estrellas hasta su último resplandor... pero el "embole" era inevitable.
Y allí estábamos, 3 horas de caminata y un montón de granito del bueno, del deseado, por delante. A un lado y a otro, infinidad de Estanys brillando. Y subiendo con buenas sensaciones. Suelto y con buena compañía. Porque Pedro dice "no voy de primero, porque la ferralla esa no se qué se hace con ella". Niño, pues con los pies y con las manos, bien sabes lo que se hace!!
A Pedro le enseñamos
cuatro nudos, tres reuniones y un par de mete este cacharro en esta grieta y esto otro en aquella fisura, y nos lleva por las alturas como un campeón.
Pues ahí iban los traviesos, aguja tras aguja, hasta topar con la cuarta, la más tiesa, de IV- creo, pero con presas a tutiplén y facilidad en la escalada. Las zapatillas Vasque, viejitas y con la gomaespuma asomando, seguían portándose, seguían agarrando, trasmitiendo su furia desde los pies a mi cabeza. Y yo disfrutando, volvía a decirme que este es mi terreno.
Rapel acá, rapel allá, aguja que subo, aguja que bajo. Nos dan las tantas. Se nos engancha una cuerda. Bloques que forman agujeros de 4 metros. ¿Para qué? Para que el único mechero que te has llevado ese día, decida colarse entre ellos, a un lugar inaccesible del que nunca lo recuperarás.
El tiempo nos ha comido, así que nerviositos perdidos ya por el horario, escaqueamos lo necesario para presentarnos en la cima del pico Travessany, final del recorrido, y posar así de guapetes:
Queda una larga bajada, volver a encender el frontal a la altura de Cavallers, donde el agua invita a mirarla, porque bañarse ya es de valientes, y uno tiene ya una edad para adolescencias... Un montón de horas, los pies reventados, aquí me duele...anda!! aquí también...pero en mi esencia, en mi interior, siento una paz inefable.
En la calma disfrutamos el papeo de Barruera, pero eso ya es otra historia. Me dedico a pedir rarezas, tanto en el segundo como en el postre y la jugada no me sale nada mal. Botifarró del tupí amb pinyons de segundo, Tatin de poma calenta amb crema de llet de postre.
Restaurante La Llebreta. Recomendable.